“Cuando entrás a la cancha se va la vida, se van los problemas, se va todo”, así definía jugar a la pelota el tipo más apasionado por el futbol del mundo.
Estupor, incredulidad, negación. No puede ser; le cortaron las piernas, le pusieron anticipadamente una placa negra y siempre volvió. Siempre había resucitado. Hasta el 25 de noviembre, en que el momento que nunca creímos posible se hizo realidad.
Era el mito viviente, ahora pasa al olimpo con otros similares a él -nunca habrá otro igual- y, lo más importante, con Doña Tota y Don Diego. Fue nuestro working class hero, que con su primer sueldo invitó a los viejos a comer pizza afuera, el que con 16 años se hizo cargo de toda una familia. De Fiorito a Oxford, de querer jugar un mundial a ganarlo de un modo que eternamente nos seguirá asombrando. Caerse, levantarse, caerse, levantarse, hasta que se vaya la vida.
Un personaje universal, el único que en cualquier rincón del mundo podía ser identificado a través de una simple imagen. El del camino siempre a contramano, el que eligió siempre al revés de lo que le “convenía”, el que fue medido desde la adolescencia con una vara distinta a la de todos los poderosos de la tierra. Quienes busquen ídolos perfectos vayan a cualquier iglesia y veneren santos. Hoy se vuelve a reflejar: los cultores de la “cancelación”, los moralistas, los “periodistas” que nunca procesaron que el pibe de Fiorito viva sin preguntarles como ni pedirles permiso.
El tipo que les dio las mayores alegrías en la pasión máxima de los argentinos se fue, al menos físicamente. En la memoria de todos los que lo amamos vivirá eternamente.
Live is Life, descansá Diego.